jueves, 29 de enero de 2009

Lágrimas de juguete

Era 23 de y la locura de las compras navideñas comenzaba. Me encontraba colgado de un techo, sujetado de mis manos y pies por un hilo blanco, bailaba al son del aire y veía, sonriente y esperanzado, a los padres de familia que sacaba de sus bolsas papeles de colores con números, los cuales me provocaban risa, y observaba como los intercambiaban por mis amigos.

Mi tiempo al fin llegó, la señorita me sostuvo de la cintura, me envolvió en un papel brillante y me metió en una caja. Sentí mi corazón latir, y un poco de claustrofobia debo admitir, pero la emoción y la adrenalina de saber que haría a algún niño feliz inundaba mi ser.

El día de la verdad arribó, y escuchaba carcajadas y anécdotas provenientes del mundo exterior. Sentí un pequeño temblor, mi caja se movía, escuché el ruido del papel rompiéndose. Una luz cegadora invadió mi rostro y una cara se acercó. Se veía un poco confundido, agradeció a sus padres por el regalo, me sujetó y me colocó en lo alto de un estante.

Observaba como rompía una caja sumamente alegre y sacaba de ella unos cables extraños, los cuales colocaba en la parte posterior de un cubo el cual emitía colores y luces vistosas.

Tomó un control, se sentó enfrente del cubo y comenzó a jugar. Pasó horas, días, semanas ubicado casi en el mismo lugar. Mientras tanto, yo me encontraba sentado, aburrido, observando como el niño disfrutaba de matar a seres extraños provenientes del cubo. No entendía el punto del juego, ni encontraba que era aquello que le provocaba estar sentado durante horas.

Jamás me prestó atención, ni siquiera volteó a verme y mi alma se marchitó por la tristeza de pensar en la dedicación de mi creador, al escoger la madera y los colores adecuados y nunca pude entender como un niño puede fascinarse más con una máquina. 







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